Ash
Es difícil escribir una historia que no quieres leer, una vida que prefieres olvidar y sentir el tacto de unos recuerdos que yacen guardados en lo más profundo de tu alma.Mi nombre es Ashlinn y mi vida es un caos. Madre murió ante la atenta mirada de mi padre el día que yo vine al mundo, siempre se lamentó de no haberme ahorcado con el mismo cordón que me unía a su amada en ese mismo instante, aunque nunca me lo confesó. Me gusta pensar que quiso hacerlo por piedad, por evitarle a su pequeña la crueldad de un mundo que ya había sufrido en sus carnes.
Él fue soldado durante mucho tiempo, la guerra le arranco una pierna y parte de un brazo además de todas las heridas internas que trataba diariamente con su botella de Wisky. Pese a ello decidió darme una oportunidad y aún le estoy agradecida.
Nunca gozamos de riquezas, vivamos de una mísera paga que los veteranos le otorgaban por sus servicios al ejército. Vagábamos entre ciudades pidiendo limosnas y robando lo que podíamos para no morirnos de hambre, una vez nos atraparon y la justicia dictó que ya no éramos dignos de recibir las ayudas del reino.
El hambre agudiza el ingenio así que con diez años y un padre tullido me tocó aprender a sobrevivir y eso fue mi perdición.
Empecé robando los alimentos básicos para subsistir pero cuando mis manos ya estaban familiarizadas con la daga corta-bolsas le tomé el pulso a objetos más codiciados, joyas, abrigos, y en general cualquier cosa que pudiera llevarme eran mis objetivos.
Luego vinieron los engaños, los timos, las partidas de cartas amañadas y en general aprovechar la situación a nuestro favor. Los años pasaron y mis habilidades de subterfugio crecían a buen ritmo pero todo esto contrastaba con la situación que vivía mi padre, enfermo y deprimido no tardó demasiado en dejarme sola, cuando cumplí los diecisiete murió.
Esa fue sin duda mi peor época, era una mujer casi-adulta que había vivido una vida poco amable, mis únicas cualidades no estaban bien vistas por la justicia y quedarme sola me hizo caer en un profundo pozo del cual no quería salir. Acepté trabajos muy duros, de los cuales no me enorgullezco y pesarán en mi alma lo que me quede de vida, también aproveché que gracias a la diosa mis tetas y curvas crecieron sustancialmente dándome un arma que apenas conocía, la sexualidad. Agradezco que mi padre nunca llegara a ver en lo que me convertí, el alcohol, el sexo y la mala vida me acompañaron unos cuantos años hasta que algo en mi interior me empujo a salir de aquel pozo que tan familiar me resultaba a esas alturas.
Con veintitrés años ya había superado toda mi crisis, lo único que mantenía era mi adicción al tabaco y un hígado curtido en mil batallas. En aquel momento me puse a buscar trabajos menos arriesgados y encontré un timo bastante sencillo que consistía en engatusar a dos muchachas para que pagaran los platos rotos por un robo.
Zhova y Eyva se llamaban, eran hermosas y acercarme a ellas fue sencillo y gratificante. La primera era demasiado ingenua y la segunda demasiado terca, no eran el perfil que estaba buscando y seguramente todo habría salido desastrosamente mal si hubiera seguido adelante.
Decidí que no merecían la desgracia que iba a caerles encima así que robé lo poco que tenían y con algo de mi bolsillo cubrí los gastos y terminé el trabajo sin éxito. Le pagué la cantidad al contratista para que olvidara el tema y jamás les dije nada. ¿Por qué?
En ellas encontré algo tan básico que al principio ni lo reconocí, algo que se me había negado desde hacía demasiado tiempo, la calidez de una sonrisa amable y palabras sinceras.
Lo dejé todo y las acompañe en una aventura de futuro incierto pero… ¿Acaso tenía algo mejor que hacer?