- Las familias nobles debemos protegernos, continuaremos la especie, nuestro linaje perdurará, así tengamos que vivir aislados. Somos una raza superior, los elfos reales, los elfos de sangre. No cometas el mayor error de tu vida por un humano don nadie y su prole.
- Un brebaje y tu error será subsanado, nadie conocerá la deshonra de haber parido un mestizo. Y tendrás a tantos herederos como quieras, pero sin ensuciar la sangre de los Sharphide.
Kyri, no tuvo otra opción. Se escapó como tantas veces, pero en esta ocasión, no sería para volver horas más tarde. Esta vez, sería para siempre. Tomando sus pertenencias más preciadas, se encaminó sin volver la vista atrás, hacia los lindes del profundo bosque, donde se encontraba el enclave en el que su familia élfica se había asentado.
Estaría en Heystad, antes de lo esperado, Álex se había alegrado de su estado y solo deseaba quedarse junto a ella. Allí llevaría una vida tranquila, entre los humanos.
Pasaron tres años de alegrías, el nacimiento de la pequeña Shasa, llenó a todos de júbilo pero mientras crecía, la villa fue cruelmente atacada. El abuelo y Álex, el padre de Shasa, se unieron a la defensa; mientras su abuela y Kyri, su madre, se trasladaban hasta Daganoth para refugiarse.
Entonces la peste negra, empezó a expandirse y tuvieron que huir, dejando todo atrás. Jamás los volvieron a ver.
Tras largas jornadas de malvivir por los bosques, pasar hambre, y notar como la desesperación apagaba sus energías… fueron acogidas por unos artistas ambulantes. La vida con el grupo circense fue algo que nunca se habían planteado, pero pronto se adaptaron a vivir viajando, y Shasa aprendió de cada uno de ellos lo más importante para sobrevivir.
La pequeña semielfa contaba con 13 años, cuando el ataque los tomó por sorpresa. Era pasada la medianoche, cuando los orcos invadieron su campamento y los gritos desgarradores rompieron el silencio.
- Corre mi niña, busca la penumbra y ocúltate. No salgas, veas lo que veas, oigas lo que oigas. - Kyri, beso en la frente a su hija y se alejó para llamar la atención sobre ella. Su abuela sonrió y acariciando su mejilla, le dijo:
- Recuerda tu promesa.
Obedeció a su madre de inmediato y tras un rato, temblando en su escondrijo, tapándose los oídos para no escuchar los gritos agónicos de la que había sido su familia; notó una mano sobre su hombro. Sus ojos esmeralda, se habían acostumbrado a la noche, pero la persona que tenía delante estaba difuminada, apenas distinguía su contorno, pero reconoció su voz.
El anciano conjurador que hacía sus trucos de magia para satisfacción de los niños, salió de la nada, después de tocar su hombro; estiró de la mano de Shasa sacándola de su estado de shock, y se retiró a un lado para que pudiera ver que su madre estaba con ellos. Después negó con la cabeza; no hicieron falta más palabras para comprender que todos los demás habían muerto. Allí no quedaba nada que salvar, nada que recuperar. Con sus corazones rotos por el dolor de la pérdida, cavaron una fosa y dieron sepultura a todos sus caídos.
Prosiguieron su camino y tras días de recorrer senderos, encontraron una pequeña granja abandonada, donde se instalaron. No estaban muy lejos de un poblado, solo a una jornada en carreta. Acomodarla, no fue tarea fácil, pero los tres miraban de nuevo al frente con nuevas esperanzas; vida solo tenían una, debían aprovecharla.
El mundo de Shasa, volvió a estabilizarse. Tenía la seguridad que le daba su madre, y a un anciano que la trataba como si fuera su niña. Le enseñó a leer magia, a hacer equilibrios y cabriolas y a camuflarse, sin apenas moverse para no ser vista…
Pero la rueda del destino siempre gira y esta vez no fue a mejor. Un día sin más, su madre desapareció. La buscaron por los alrededores, y solo encontraron señales de lucha, ni un solo rastro quedó en el camino. La pena se alojó en los corazones de ambos, Melith pensaba que alguna manada en los bosques, había dado buena cuenta de ella, pero Shasa no creía lo mismo, algo se le escapaba. Los posibles finales que el anciano se imaginó, la invadieron de desesperanza y acabó por abandonar la búsqueda de los restos de su madre.
Con el tiempo Shasa intentaba sobreponerse con la ayuda de su música, pero Melith ahogaba sus penas en alcohol. Más de una noche, regresaba con varias copas de más, y en esos casos, la joven decidía esconderse.
Pero en una ocasión, era bien entrada la noche, cuando Melith volvía del pueblo con tremenda borrachera, Shasa aún estaba despierta y aunque no le gustaba verle en ese estado, salió a prestarle ayuda. Melith se tropezó bajando de la carreta y dio de bruces en el suelo. Con gran dificultad, la semielfa logró que se pusiera en pie, y le ofreció apoyo para poder entrar en la casa.
Melith no sabía lo que hacía, cuando la muchacha, se apartó para marcharse, se revolvió hacia ella como si fuera un fantasma, el fantasma de su madre que volvía a atormentarle. Estaba fuera de sí, cuando le atizó un puñetazo en la mandíbula y casi se la desencaja.
El miedo se instaló en los ojos de Shasa, y se movió lo más rápido que pudo para apartarse de sus puños. Acabó deslizándose entre sus piernas semiabiertas para alcanzar la puerta. Pero Melith, perdió el equilibrio y cayó al suelo como un plomo. Shasa frenética apoyó las manos en la puerta para abrirla y entonces, se dio cuenta que no escuchaba nada. Todo se volvió difuminado de nuevo, el miedo la invadió y los colores que se vislumbraban con la luz de la vela, habían desaparecido. Un cuerpo inerte, parecía dormir en el suelo. Se acercó, como si anduviera en un sueño, y entonces notó que el anciano no respiraba. Sus ojos se le anegaron en lágrimas, pues por malo que hubiese sido ese momento, había querido mucho a Melith, había apreciado sus enseñanzas, había acogido sus consejos…
De nuevo, se vio así misma cavando un gran agujero en los campos que habían cultivado juntos, en la tierra que habían considerado su hogar. Pero a Shasa no le quedaba ilusión para continuar allí. Emprendió de nuevo la marcha, y recordando la promesa que le hiciera a su abuela, se encaminó hacia las ruinas de Heystad. Había llegado el momento de cumplirla.