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| | Jawhara, La Joya del Gran Oasis | |
| | Autor | Mensaje |
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JohnDoe
Mensajes : 20 Fecha de inscripción : 23/06/2018
| Tema: Jawhara, La Joya del Gran Oasis Sáb 30 Jun 2018, 00:59 | |
| Jawhara La Joya del Gran Oasis Índice
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Última edición por JohnDoe el Lun 23 Jul 2018, 20:00, editado 3 veces | |
| | | JohnDoe
Mensajes : 20 Fecha de inscripción : 23/06/2018
| Tema: Re: Jawhara, La Joya del Gran Oasis Sáb 30 Jun 2018, 01:00 | |
| El Tesoro de Fayza AhoujurirLa cámara de los tesoros de la Emir Fayza Ahoujurir es, probablemente, el lugar más silencioso del sultanato. Una cámara repleta de riquezas hasta donde alcanza la vista. Oro, plata y joyas descansan, a millares, apilados en dunas refulgentes. Y a sus sirvientes, rara vez se les permite entrar en ese lujoso oasis. Esa noche, sin embargo, todo el palacio estaba alarmado por los llantos que procedían de la cámara. Los hombres pensaban que era la estratagema de algún ladrón para colarse, y no querían abrir sus sólidos portones. Las mujeres, sin embargo, no podían evitar el desasosiego de no atender aquella llamada de auxilio; e hicieron llamar a la Emir. Cuando las inexpugnables puertas de la cámara se abrieron, nadie cabía en su asombro. Un bebé reposaba en la cumbre de la duna aurea más alta. Nadie podía imaginar siquiera cómo había llegado allí; al lugar más seguro y vigilado del sultanato. Tan siquiera la víbora más flexible o el escarabajo más diminuto podían penetrar sus muros. Fayza se acercó, aun somnolienta. Y caminó sobre sus movedizas arenas de monedas de oro con la gracilidad de aquel que es su poseedor. Cuando la Emir se acercó a la criatura y la sostuvo entre sus brazos, se percató de los hermosos rubíes que la niña tenía por ojos. Quizá movida por la codicia, o quizá temiendo por su futuro, ordenó a los presentes que jamás contaran lo que habían visto allí aquella noche; bajo pena de muerte. Ese mismo día, antes del amanecer, se construyó en la cámara una habitación pequeña. Aislada del mundo exterior, no tenía ventana alguna; y la única puerta, daba a la maciza cámara de inconmensurables riquezas. La emir, designó a una de sus doncellas de confianza para cuidar a la criatura. “Deberás pasar tres años enteros aquí encerrada”. Le dijo. “Cuando éstos lleguen a su fin, a cambio de no contar lo que aquí ha sucedido, serás libre y podrás elegir uno de éstos tesoros.” Y así fue. Pasaron tres años, y la doncella marchó con su tesoro y su libertad. Entonces, otra la reemplazó. Las doncellas asignadas, no podían salir de la cámara durante los años que pasarían rodeadas de lujos. Y el único contacto que tenían con el exterior era una pequeña compuerta por la que las proveían de alimentos, agua, ropas, y todo lo necesario para vivir. Así pasaron varios años. Un día, su consejero más anciano preguntó a la emir: “Mi señora, ¿por qué lo hacéis así? ¿Por qué tres años? Podríais hacer que vuestras sirvientas la atendieran en cualquier momento.” Ella sonrió con sus labios, rojos como el fruto del granado, y le respondió: “Toda ellas son esclavas que se vendieron por alguna razón. Todas ellas se sacrificaron por tesoros y riqueza. Durante tres años podrán vivir rodeadas del oro, la plata y los diamantes que codiciaron. Y sin embargo, con sus necesidades a penas cubiertas. Su codicia se ahogará en la opulencia. E incluso podrán llevarse un pedazo a casa, junto a su retornada libertad. Así lo recordarán. Sólo así comprenderán, que ser libre bajo el cielo es más valioso que todas esas montañas de reliquias; que valen poco más que las arenas del desierto. Una vez lo hagan, sin duda, respetarán la promesa que hicieron. Por un lado agradecidas, y por otro, temerosas de que pueda volver a arrebatarles esa libertad una vez más; y para siempre." Pasaron nueve años. Para aquel entonces, la muchacha era tratada, por aquellos que conocían de su existencia, como un tesoro más de la emir. Uno que estaba vivo, reía y correteaba con curiosidad entre las montañas de tesoros. Gozaba de buena salud, podía jugar entre alhajas, y nunca le faltó nada más que una cosa: cariño. Pues ninguna de las doncellas se atrevió nunca a tocarla, o a dejarla sin vigilancia demasiado tiempo. Temiendo la ira de la emir si le sucedía algo. Pero la tercera doncella era diferente. Era una mujer más mayor que las dos anteriores. Era sabia y tenía conocimientos de matemática, agricultura, astronomía, historia; e, incluso, un poco de ingeniería. Hizo un gran esfuerzo para enseñarle todas éstas cosas a la niña, pero pronto se dio cuenta de que ésta era bastante lenta y distraída. A penas pudo enseñarle a leer, escribir y contar. Sólo hubo una cosa que sí interesó a la muchachita, y es que, tenía una gran pasión por las gemas. Diamantes, zafiros, esmeraldas, ópalos… Pese a haber estado toda su vida rodeada de joyas, nunca se cansaba de mirarlas. Así que la mujer, decidió enseñarle todo lo que sabía sobre éstas. La chiquilla le tomó mucho cariño, pues al contrario que las dos anteriores, ésta doncella sí le prestaba la atención que necesitaba; y la mujer también terminó por encariñarse con la niña de los ojos de rubí. Tanto que le hizo una promesa: “Cuando me vaya de aquí, te llevaré conmigo y te enseñaré el mundo.” Era una promesa peligrosa, pues sabía que su vida estaba en juego si la emir se enteraba. Pero al contrario que las otras doncellas, ella ya valoraba la libertad cuando entró a la cámara. Entonces llegó el día del noveno cumpleaños de la chiquilla. Que era, a su vez, el día anterior de la liberación de la doncella. Por la tarde, ambas hicieron un pequeño festín. Para celebrar tanto el nuevo año cómo la partida. Y al caer la noche, se escabulleron con la ayuda de uno de los guardias. El cual había estado encargado de llevarles las cosas por la trampilla, y había mantenido correspondencia con la mujer; planeándolo todo. Para el amanecer, los tres ya habían conseguido abandonar el palacio sin problema, escapando por los interminables y laberinticos corredores y saliendo por uno de los pasadizos traseros. Esa mañana el consejero, alarmado, llevó a la emir la carta que había dejado la doncella en la habitación. “Mi señora, hoy se cumple el último día de mi labor. Como prometí, he pasado los tres últimos años cuidando de la niña; y hoy, por fin, recuperaré mi libertad. Usted me dijo que, al terminar, podía llevarme conmigo el tesoro de la cámara que yo eligiera. Uno solo. Así pues, mi señora: elijo a la niña. Espero no me guarde rencor. Tiene mi eterna gratitud por haber cuidado de mí todos estos años. Que La Fortuna Escamada la bendiga.” Tras leer la carta, Fayza Ahoujurir esbozó una sonrisa que su consejero no había visto jamás, y esto le inquietó: -M-mi señora, no se preocupe, he mandado a mis mejores hombres a buscarlos –dijo el anciano –Enseguida estarán preparados y listos para partir en su busca. -Hazlos volver –dijo la emir con tranquilidad. -¿¡Mi señora!? –respondió confuso. -Quiero que los pongas a trabajar, anciano. Quiero que te deshagas de aquella habitación y que utilices tu magia para asegurarte que nadie pueda hablar jamás de esto. -P-pero, mi señora, si salen inmediatamente aún pueden alcanzarlos. La emir rio con fuerza frente a su desconcertado consejero. Y cuando se calmó, esbozó una sonrisa maternal y le dijo: “¿Anciano, de verdad crees que puede suceder algo así en mi palacio sin que yo misma lo sepa?” | |
| | | JohnDoe
Mensajes : 20 Fecha de inscripción : 23/06/2018
| Tema: Re: Jawhara, La Joya del Gran Oasis Sáb 30 Jun 2018, 01:26 | |
| El Camello y la Serpiente Los apresurados tironcitos de la mano a través de silenciosos y desiertos corredores sembrados de columnas, se habían trasformado en un relajante bamboleo al abandonar los oscuros corredores. “¡Aaaala…!” Exclamo la niña, finalmente, tras dos largas horas de viaje. “¡Es una habitación muy graaande!”. Desde hacía ya una hora, su mirada que antes se desperdigaba por los alrededores, con inquietud y entusiasmo, se había clavado arriba. “¡El techo ha cambiado de color!” Dijo fascinada. Frente a ellas caminaba un hombre de enormes brazos, que la niña no había visto hasta aquel mismo día. De hecho era el primer hombre que veía, y la cuarta persona que entraba en su vida. Vestía un thawb de algodón blanco, con mangas largas, y que le llegaba a los tobillos. Sobre la cabeza, cubriendo su tostada piel y marcados pómulos llevaba una kufiyya de lino, con cuadros rojos y blancos. En su mano sostenía una lanza con la que se ayudaba a caminar sobre la arena, y con la otra, tiraba de las riendas para guiar al chepado animal. Sentadas entre sus jorobas, la niña, y tras ella, la mujer que la abrazaba para que no se cayera. Ambas, con chilabas largas de algodón negro y con shaylas del mismo color cubriéndoles la cabeza. Con sólo sus ojillos asomando entre la tela. “¿A dónde vamos?” Preguntó la niña. Pero su respuesta sólo fue un silencio preocupado e inquieto y un abrazo tembloroso de la mujer. La cual, no dejaba de mirar tras de sí, temiendo, en cualquier momento, distinguir entre las dunas a sus perseguidores. -¿No vamos muy despacio? -inquirió mirando al hombre. -Mejor avanzar despacio y firmes –respondió éste. -Nos alcanzarán… –dijo ella, temerosa. -Tranquila, no lo harán. Al principio, la pequeña caravana viajó sobre dunas. “¡Mira Sana! Aquí también hay monedas de oro. Aunque son muy chiquitiiitas.” Luego entre escarpados riscos. “Qué paredes más raras… ¿Quién las ha construido?” Para después detenerse en una encrucijada. “Sana… ¿Por qué sale agua roja de ese hombre?” Y, finalmente, volver los tironcitos del brazo que a la niña tan poco le gustaban. Aquel asalto no lo habían esperado. No eran sus perseguidores, sino bandidos. “Vyrannusitas” Había dicho el hombre cuando la flecha mató al animal, haciendo caer a la mujer y la niña. Ésta última no había sufrido grandes daños, pues era más dura de lo que aparentaba. Pero la mujer se había torcido el tobillo y ahora cojeaba. El hombre, se hizo rápidamente con su escudo, el cual colgaba de un costado del animal; y ahora plantaba cara a los saqueadores. -¿¡Pero qué haces!? –dijo la mujer a la niña, alterada. -No se mueve. Estoy intentando ayudarle a que se levante –respondió la niña, empujando la joroba del camello. -¡No es momento para eso!¡Corre, niña!¡Corre! –la agarró de la manita y, cojeando, empezó a tirar de ella, intentando alejarla de aquel lugar todo lo rápido que pudo. Tras de sí dejaron la escaramuza. Los ladrones habían rodeado al soldado, y no prestaban mucha atención a las mujeres. Al caer dos de los bandidos, los otros comprendieron que el hombre que se levantaba frente a ellos no era un simple viajero. Y éste, estaba haciendo todo lo posible por mantener su atención y herirlos para que no pudieran perseguir a sus compañeras de viaje. Pese a ello, la pelea no duró mucho, y el soldado cedió ante los números. Su leal defensor había cumplido su tarea hasta el último aliento. Había conseguido que los rufianes estuvieran más ocupados atendiendo sus heridas y saqueando sus posesiones. Pasaron horas entre los riscos, y un día más, peleando contra los fuertes vientos del desierto. Pero finalmente, al caer la noche, el frío, el cansancio y los elementos erosionaron el tobillo de la doncella. -Escúchame, mi niña. Yo no puedo moverme ya –dijo ésta con un hilillo de voz. – Debes continuar. -No quiero irme sola... Es una habitación muy grande y oscura, y no la conozco. -Ya lo sé. Pero debes vivir. ¿Ves aquella estrella, aquel puntito dibujado en el techo? Síguelo y encontrarás el Gran Oasis. -Tengo miedo. Ven conmigo… –suplicó la niña. -Yo no puedo ir, mi niña –dijo la mujer entre lágrimas. –Pero si tu no vas, todo esto no habrá tenido sentido. Confío en que La Fortuna Escamosa te cuidará. Ella es caprichosa e igual que quita, regala… -hizo una breve pausa secándose las mejillas. –Y si es para que te regale una vida en la que puedas ver el mundo, yo estoy dispuesta a dar, para ello, la mía. Ahora, ¡ve, no mires atrás, sigue la estrella que brilla del mismo color que tus ojos! Y la niña así lo hizo. Se alejó sollozando y sola en la noche. En busca de su estrella. | |
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| Tema: Re: Jawhara, La Joya del Gran Oasis | |
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| | | | Jawhara, La Joya del Gran Oasis | |
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