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 Amalia Danziger - La Voluntad de Azura

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BlackBass
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MensajeTema: Amalia Danziger - La Voluntad de Azura   Amalia Danziger - La Voluntad de Azura I_icon_minitimeMar 17 Ene 2017, 11:36

Amalia Danziger


Amalia Danziger - La Voluntad de Azura Amalia_Danziger



 Estimado Gann:
 
 De todas las personas con las que he tenido la fortuna de trabar amistad, eres con quien siento la mayor deuda. No sólo por lo que me has dado emocionalmente, si no por todo lo que has hecho y sacrificado por mí. Te escribo como despedida sólo a ti, por ese motivo.
 
 Sabes mejor que yo las circunstancias que me obligan a escapar de mi propia tierra como una vulgar criminal, a cara cubierta, imposibilitada de dar un abrazo a los míos y prometerles que volveré. No tengo tampoco esa certeza.
 
 “Rocainfernal no es lugar para azuranos”.
 
 Creo que esas fueron las palabras exactas con las que me recibiste, cuando pedí que me aceptases como tu pupila. Tristemente y una vez más, tus palabras llevaban dura verdad.
 
 Conseguí que un mercader errante de buen corazón me asista en el escape. Me trasladará junto con sus mercancías hasta el continente. Por eso no puedo despedirme ni decirle de esto a nadie. No sería justo aumentar el riesgo para él.
 
 Sé que no soy muy dada a la escritura, y probablemente ya asumes que tanto preámbulo vacuo apunta a otro tema. Me conoces mejor de lo que me conozco yo misma, después de todo.
 
 Lo que deseo es agradecerte profundamente por una revelación que sólo he podido entender después de lo que ocurrió ayer. La batalla que libraste para protegerme me ha abierto los ojos.
 
 Siempre me dediqué a sanar heridos, porque creía que la voluntad de Azura era sólo esa. Herir era algo que me resultaba totalmente ajeno, y me negaba a ello dogmáticamente. Por eso no tuve posibilidad alguna de defenderme cuando la patrulla de guardias asaltó nuestra capilla.
 
 Mientras veía como luchabas tu sólo para protegernos a nosotras las sanadoras, me llenaba de impotencia. Me preguntaba con desesperación si esa era la voluntad de Azura, si era cierto que mi destino debía estar atado a simplemente usar mis manos para reparar cuerpos dañados, en vez de prevenir esos daños.
 
 Entendí finalmente lo que tanto te esforzaste por inculcarme, y me había negado a aceptar. Azura tiene diferentes caras.
 
 Es cierto, en una ciudad que se rige por la justicia y la bondad, donde las personas tienen buenas intenciones y se comportan como hermanos, la voluntad de Azura es simplemente la suave benevolencia. La mayoría de los textos divinos que estudiamos fueron escritos por sacerdotes formados y madurados en tales ciudades, como Ahystor por ejemplo. Es por eso que estuve ciega tanto tiempo.
 
 En Rocainfernal también podemos y debemos existir los devotos de Azura, pero la voluntad de la diosa sobre nosotros es muy diferente. Nosotros nos formamos y maduramos en una sociedad que nos odia, que no entiende de justicia ni de bondad. Una ciudad donde el Mal caza y muerde en total impunidad, y no tienes en quien buscar refugio o apoyo.
 
 Nosotros aprendemos el dogma desde la cara oscura de la moneda.
 
 Ahora siento que te entiendo. Porque cuando lo que nos rodea es bondad, nuestro trabajo es reparar, construir, perdonar y aceptar. Pero cuando la maldad toma el control, cuando los injustos campan a sus anchas sin represalia alguna, cuando lo que nos rodea no es más que depravación y podredumbre… Entonces, los cazados debemos convertirnos en cazadores, la sangre en nuestras túnicas deberá ser la de los injustos, y las manos que antes sanaban deberán portar fuego y acero sin temblor alguno. La piedad puede y debe postergarse.
 
 Esa es la verdadera voluntad de Azura, y esa será mi voluntad desde este día. Lo juro ante ti, que me has enseñado mucho más de lo que merecía.
 
 Gracias por todo, Gann. Que la voluntad de Azura nos reúna algún día, si soy digna de ello.
 
Amalia.
 
*Amalia leyó la carta una vez más antes de enrollar el pergamino. La mantuvo en sus manos algunos segundos, llena de algo que no supo nombrar pero que se ubicaba muy claramente entre la rabia y la esperanza. En ese entonces no sabía que esas dos emociones serían sus guías en el futuro.
 Cuando se sintió preparada para partir, depositó el pergamino cuidadosamente sobre el pecho de su amigo y maestro. Cerró el ataúd como la más pesada de las puertas, y lo enterró en el claro donde solían pasar tardes enteras conversando. Sin embargo, lo más doloroso fue no poder poner una lápida con que la que honrarlo, por temor a que la guardia pudiese exhumar su cuerpo o profanar sus posesiones. 

 Recogió la espada que había comprado esa misma mañana y marchó, decidida a aprender a usarla*
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MensajeTema: Re: Amalia Danziger - La Voluntad de Azura   Amalia Danziger - La Voluntad de Azura I_icon_minitimeVie 27 Ene 2017, 15:39

Rabia y Fuego


-“Díganme dónde puedo encontrarla…”- Amalia miró a los dos hombres en túnica mientras se acercaba. Su tono era autoritario, aunque el yelmo escondía gran parte de sus expresiones.
 
 -“¿Y tú quién eres…?”- Ambos hombres se miraron confusos y sorprendidos. Estaban tan concentrados apilando cadáveres que no notaron a la paladina acercarse.
 
 -“Eso no es relevante. Díganme dónde puedo encontrar a la bruja.”- Aún no desenfundaba sus armas. Probablemente eso los mantenía relativamente tranquilos.
 
 -“Mujer, si no te largas ahora mismo…”- Dijo uno de ellos, amenazante. –“…Acabarás en la pila con los otros.”- Terminó el segundo, señalando una de las carretas de cadáveres.
 
 Amalia miró ambas carretas de cadáveres. Pensó en todas las familias que habían ahí… No necesariamente completas, pero una familia se arruina muy fácilmente cuando muere quien provee el sustento, y ahí había al menos treinta adultos. Luego volvió la vista a los dos sujetos, y vio un pequeño tinte burlesco tras la amenaza realizada.
 
 La nigromancia era algo que siempre le resultó insultante, pero fue esa pequeña sonrisilla la que encendió la chispa. Un nigromante, apilando cadáveres de inocentes para sus labores impías, amenazándola con la arrogancia que suele acompañar a la gente cobarde cuando se sienten en control. Simplemente no pudo soportarlo.
 
 Metió la mano entre sus cosas, con la suficiente calma para que no resultase un movimiento amenazante. Cuando se dieron cuenta de lo que tenía en la mano, ya era demasiado tarde. Llena de rabia, lanzó un frasco abierto de fuego de alquimista a uno de los dos sujetos que, por su vestimenta, prendió en llamas con sorpresiva rapidez.
 
 Entre los gritos destemplados de su compañero, el otro encapuchado trató de dar media vuelta para emprender la huida. Amalia sabía que esa sería su reacción, así que ya se encontraba en carrera para embestirle.
 
 Ambos cayeron al suelo. Ella y el peso de su armadura quedaron encima.
 
 Le asestó dos puñetazos con más rabia que técnica y se levantó con rapidez. Le pisó una muñeca con cada pie, para incapacitar cualquier intento de conjuración. Descolgó el escudo de su espalda y lo alzó con ambas manos sobre su cabeza.
 
 La mirada del encapuchado, llena de pánico, intentó buscar los ojos de Amalia, probablemente con la intención instintiva de despertar la empatía de su verdugo. Sólo pudo ver el frío y gris acero de su yelmo.
 
 Se miraron durante algunos segundos, mientras se escuchaban los últimos y desgarrados sonidos agónicos que emitía el hombre en llamas. Hubiesen sido gritos, si las quemaduras no le hubiesen impedido tal cosa.
 
 -“Te… Te lo diré… ¡Te lo diré!”- Balbuceó, sometido. La azurana mantuvo su mirada en él, expectante.
 
 -“Está en el bosque… Toma el camino al sur, y cuando te encuentres con los guardias… Hmpf… Diles que vas de parte de Egon…”- Hubo otro leve momento de silencio, hasta que finalmente la paladina asintió.
 
 -“Has hecho lo correcto, Egon. Te agradezco la información.”- Las palabras de Amalia generaron un suspiro de alivio en el nigromante.
 
 -“¿Me dejarás vivir entonces…?”- Miró la imponente figura de la mujer, reparando en el emblema de Azura que llevaba bordado en el tabardo. Eso avivó aún más sus esperanzas, dibujándole una tenue sonrisa.
 
 -“No, pero Azura lo tendrá en consideración cuando seas juzgado.”- Tras decir eso, dio tres golpes brutales y contundentes en la cara del encapuchado. El primero habría bastado para matarle, pero quiso asegurarse de no prolongar su agonía. El canto inferior de su escudo era particularmente efectivo en estas tareas.
 
 Volvió a colgarse el escudo a la espalda y se acercó al que seguía inflamándose. Ya no se retorcía ni hacía sonido alguno.
 
 Sacó su fiel antorcha y la encendió usando el cuerpo del nigromante como hoguera. Luego procedió a quemar todos los cuerpos que había en la escena. No podía permitir que todos esos cadáveres se convirtiesen en recursos nigrománticos para la bruja.
 
 Terminado el trabajo, se sentó en una roca esperando a que se consumiesen. Miraba las llamas que iluminaban la oscura noche, apreciando lo relajante que le resultaba el crepitar y bailar del fuego. Metió la mano en uno de sus bolsillos y sacó un pequeño colgante de Azura, que mantuvo en su puño derecho para dedicar un rezo a su diosa.
 

 -“Permite a estos inocentes un tránsito justo. Castiga como estimes adecuado a estos descarriados. Júzgame con severidad cuando llegue mi momento, pues sé que hasta la más justa de las espadas se mancha de sangre en su cometido. Cumpliré tus designios, y los haré valer en este mundo oscuro hasta que decidas lo contrario. Guíame en tu voluntad.”- Murmuró su plegaria habitual en el idioma celestial, como le había enseñado Gann. La repitió varias veces, mientras las llamas iban apagándose lentamente frente a ella, al ritmo del alba que se avecinaba.
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MensajeTema: Re: Amalia Danziger - La Voluntad de Azura   Amalia Danziger - La Voluntad de Azura I_icon_minitimeMar 07 Feb 2017, 15:42

La Bruja y la Bestia

 Atravesó el bosque durante el día, a paso cauto. El bosque, laberíntico, iba volviéndose cada vez menos amable a medida que avanzaba la azurana y el día. Hasta que finalmente pudo sentir el Mal en sus cercanías.
 
 Cuando escuchó el primer gruñido casual de un zombi, se detuvo. Ya era de noche para entonces, y se hacía sencillo escuchar las pisadas torpes y pesadas. Las hojas secas crujían en diferentes lugares, aclarando que no se trataba sólo de un muerto viviente desorientado. Era al menos media centena.
 
 Apoyó lentamente una rodilla en el suelo, para descolgar su mochila. Buscó entre sus cosas, depositando algunos viales ordenadamente en el suelo. Cada uno de colores y texturas diferentes, con escrituras en sus tapas. Abrió el primero y desenvainó su espada. Vertió el contenido dejándolo escurrir por la hoja, para luego esparcirlo usando un paño blanco. El segundo lo bebió, sintiendo de inmediato sus músculos aumentando de tamaño, quedando algo más ajustada en la malla metálica. El tercero lo vertió en el suelo, y observó. El agua bendita chirrió suavemente, como si se evaporase. Frunció el ceño un momento, pensativa. Guardó el cuarto vial y el quinto lo bebió, despareciendo al instante.
 
 Avanzó a paso lento entre los zombis. Las criaturas pútridas miraban en dirección a las hojas que se quebraban con los pasos de la paladina, pero no veían nada. Parecían confusos, más de lo habitual. Ella se contenía para no darles caza, pues sabía que la bruja detectaría inmediatamente su presencia si alguno de sus zombis era destrozado.
 
 Dio un rodeo más amplio de lo necesario. Rodeó el foco de maldad mayor que sentía, para reconocer primero su entorno. Paseó entre desfiles de muertos caminantes, algunos de ellos carentes de extremidades o trozos de piel, pero todos con ese característico olor pútrido y dulzón de la muerte. Cuando encontró la mejor ruta para aproximarse, la tomó.
 
 Avanzó algunos metros hacia el foco del mal, y notó que los zombis no se acercaban a esa zona. Era una bruja que valoraba su privacidad, probablemente. Siguió hasta que los pasos de los muertos dejaron de oírse, y entonces hubo un momento de silencio casi absoluto. Se detuvo, y reparó en la oscuridad anormal que la rodeaba.
 
 - “Este no es lugar para ti…”- Una voz femenina e inhumana sonó desde algún sitio cercano.
 
 Amalia descolgó el escudo para acompañar la espada que ya empuñaba su mano derecha. Avanzó a paso decidido por la oscuridad guiándose únicamente por su capacidad para percibir el Mal, hasta que escuchó el sollozo suave de un niño. Se detuvo un instante conteniendo su rabia. Sabía que perfectamente podía ser una ilusión para hacerle perder el temple, así que una vez recompuesta, siguió su marcha.
 
- “Oh… ¿Vienes a por mí cena…?”- La voz terminó con una floja y macabra risilla.
 
 La paladina se detuvo nuevamente, pudiendo observar una jaula cúbica de barrotes oxidados. Dentro, como un perro en un canil, había un niño que no superaba los seis años de edad. Estaba en posición fetal, pues era la única posición que le hubiese permitido caber en esa jaula. Sollozaba, encogido sobre sí mismo.
 
 La bruja aprovechó el sobrecogimiento de Amalia. Como un negro vendaval, cargó contra la paladina por un costado, sin darle tiempo de alzar el escudo. Las garras de la bruja atravesaron con facilidad las mallas del hombro, derramando la primera sangre del encuentro.
 
 Alzó el escudo y adoptó una posición de guardia con rapidez, ignorando el sordo dolor de la herida. La sangre escurría por su brazo y espalda, pintando generosamente su tabardo. Sólo alcanzó a ver una silueta oscura. Algo que alguna vez fue una mujer estaba delante de ella, con extremidades desproporcionadamente largas, afiladas. Se movía de forma grotesca, pero aterradoramente rápida. Antes de que pudiese lanzar un contrataque, la bruja se abalanzó sobre ella. Esta vez elevó el escudo con determinación, justo a tiempo para evitar que destrozase su cabeza de un zarpazo. Sus pies se hundieron entre las hojas secas por el impacto, y su cuerpo probablemente hubiese colapsado tras el golpe de no ser por la poción que mantenía sus músculos sobrecargados.
 
 Amalia era humana, y físicamente no era rival para la criatura que ahora pudo ver de cerca. Ojos completamente rojos, sin iris, como dos gemas entre el horripilante espectáculo que era su rostro. Dientes afilados delineando unas fauces inhumanamente enormes, probablemente capaces de devorar a un niño en un bocado. Las greñas largas y negras llegaban hasta el suelo, donde recogían hojas y otras porquerías que se enredaban. Y su tamaño… A pesar de su velocidad, superaba fácilmente los dos metros y medio de altura.
 
 Las garras se hundieron en el metal del escudo y lo arrancaron de las manos de Amalia en un segundo movimiento. La fuerza de aquella criatura era muy superior a la resistencia que encontraban en la azurana. Un segundo zarpazo cortó el aire, pero fue desviado por el filo de la espada, abriéndole la carne. Un borbotón de sangre negra y espesa cayó al suelo. Un chillido destemplado de la bruja surcó el bosque, al tiempo que retrocedía en un tambaleo grotesco.
 
 Se miraron mientras se desplazaban lateralmente, describiendo un semicírculo. Se mantenían en guardia, examinando a su oponente tras el primer intercambio. Ambas llenas de rabia y en completa tensión. Amalia dio un breve molinete con su espada, para acomodar la empuñadura en su mano. Su otra extremidad, libre desde la pérdida del escudo, se deslizó furtivamente dentro de su tabardo. Sonó un corcho destapándose.
 
 La bruja atacó primero dando zancadas zigzagueantes abrumadoramente rápidas. Cuando ya no había marcha atrás en su carga, la paladina de Azura sacó el frasco que acababa de destapar. En un arco amplio, lanzó el contenido al aire, entre ella y la criatura. Se dibujó lo que parecía la cola de un faisán en la oscuridad, hecha de fuego.
 
 El fuego de alquimista fue suficiente distracción. Aunque fuesen superficiales, el dolor de las quemaduras hizo mella en la atención de la bruja. El reflejo del fuego en el acero brilló un instante en medio de la oscuridad, hasta que la espada volvió a abrir la carne. Otro borbotón de sangre negra saltó por los aires. Un segundo espadazo cruzado siguió al primero, pero fue desviado en un movimiento torpe y violento de las zarpas. Amalia perdió la estabilidad, y antes de poder recuperarla, un manotazo encontró camino hasta su cabeza. El golpe fácilmente le hubiese partido el cráneo de no haber sido por su yelmo. Sólo la atontó, haciéndola caer de espalda sobre la tierra. Su espada yacía en el suelo también, a tres o cuatro metros de sus manos.
 
 Todo le dio vueltas. Vio colores y luces imposibles. Su cuerpo parecía desconectado de su mente. Podía sentirlo, pero todo movimiento resultaba confuso y errático. Sólo su mano actuaba como debía, en un reflejo totalmente inconsciente buscaba por el suelo la empuñadura de su espada.
 
 Cuando pudo recuperar la compostura de sus sentidos, se vio cara a cara con la bruja. Sus pies no tocaban el suelo, y unas manos enormes hacían presa de su torso. Intentó golpear los antebrazos para soltarse, pero era completamente inútil. La diferencia de fuerza y tamaño parecía más grande que nunca.
 
 La bruja se deleitaba con lo que veía. Su enorme sonrisa de dientes afilados se ampliaba a cada segundo, mientras la presión de las manos aumentaba. Hasta que sonó un crujido. El dolor de una de sus costillas quebrándose fue demasiado, y se le escapó un notorio quejido sofocado. Hasta entonces, la paladina se había mantenido estoica debajo de su armadura. No había emitido palabra ni sonido alguno. Perfectamente podría haber sido un golem con una orden clara y precisa. Pero ese quejido la devolvió a su condición humana. Su frágil condición humana.
 
 A la criatura le encantaba la situación actual.
 
 En un último y desesperado intento, buscó con las manos la primera herida que le había hecho en la extremidad izquierda a la bruja. Pensó que al menos podría generarle dolor… O lo que fuese. Se sorprendió al tocar la herida y sentirla cauterizada. No era una cauterización por fuego ni una regeneración acelerada. Reconocía ese tipo de cauterización. Era el tipo que dejaba su espada cuando estaba bendita. Era la carne muerta corroída por la bendición del aceite.
 
 La bruja estaba muerta, y el aceite que tenía por objetivo lidiar con los zombis, lo había revelado.
 
 Insuflada de toda la determinación que le quedaba, cogió los antebrazos de la bruja, crispando los dedos por la fuerza con la que los apretaba. Recitó una rápida plegaria en el idioma celestial. La bruja no entendía las palabras, pero por su expresión aterrorizada, sabía qué esperar. Hubo una especie de relámpago dorado en cada una de las manos de Amalia. Saltaron por los aires cenizas negras, que era lo que quedaba de los brazos de la bruja tras la explosión divina. La imposición de manos había resultado devastadora, privándola de sus extremidades.
 
 Las grebas de la paladina cayeron con firmeza sobre las hojas secas. La criatura se retorcía descontrolada, mirando incrédula los muñones que le quedaban por brazos. Pudo escuchar una segunda plegaria en el idioma de los dioses. Amalia, habiendo desenvainado su puñal, pasaba su mano izquierda por encima del filo dotándolo de una dureza y filo propio de una pieza maestra forjada por el mejor de los herreros.
 - “¡Voluntad de Azura!”- Fue lo último que escuchó la bruja antes de que la paladina le cayera encima. Muy distinto a lo que se puede imaginar de un golpe de gracia dado por una devota de Azura. Esto parecía más una bestia, desgarrando y devorando a otra. Asestó una puñalada tras otra hasta derribarla, para luego seguir apuñalándola en el suelo. Hundía el filo con particular fiereza en el rostro de la bruja, como si quisiera borrar también de su mente la visión de tan horrible engendro.
 
 Nada había de noble en su victoria, pero era un trabajo difícil y bien hecho. Amalia lo prefería así, y Azura se conformaba con sus resultados sobre sus métodos.
 
 Abrió la jaula y sacó al niño, que seguía sollozando. Desde su visión infantil, un monstruo había matado a otro monstruo, y él sería el siguiente. Y siendo realistas, una armadura de placas cubierta de sangre roja y negra no era algo que evocara sensaciones de calma.
 
 Amalia levantó el visor de su yelmo tras forcejear un poco con la pieza. El golpe en la cabeza había deformado la parte superior del casco. Sonrió de manera tenue al pequeño, dentro de lo que sus propios dolores le permitían. Pasada la adrenalina y el efecto de las pociones, todo parecía doloroso, pesado y cansador. Pero el pequeño estaba a salvo, y eso lo compensaba todo con creces.
 
 El niño volvería a casa con su familia, de la mano de la maltrecha azurana. Y al final del día, eso era lo único que importaba.
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