koke
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| Tema: Dolf Aspem Sáb 14 Oct 2017, 19:52 | |
| Nacido en tierras del imperio de Tryngard en una pequeña villa que no constaba de más de 8 casas. Su madre falleció al poco tiempo de nacer y su padre herrador, que fue aventurero en su juventud, cuidó del pequeño Dolf. Fue su padre al contarle las vivencias en su juventud, quien le despertó la curiosidad sobre lo que había más allá de las tierras imperiales que conocía: gentes de distintos reinos, culturas y razas, riquezas, bestias abominables y la siempre posible amenaza de conflicto armado. Desde muy pronto Dolf sentía la necesidad a ayudar a los más débiles y a los más necesitados, pues eran tiempos oscuros. Resurgieron en número y fuerza distintas amenazas en los caminos, bosques y granjas alejadas a demás llegaban horribles noticas desde Rocainfernal pues parecían prepararse para la guerra. Al joven Dolf le fascinaban las armas, las armaduras y los escudos que veía a los nobles que pasaban por la villa y reponían las herraduras de sus monturas. Cuando tuvo la fuerza suficiente para empuñar un arma su padre le entregó su primera espada, una espada ancha de buen acero y le prometió enseñarle dentro de sus posibilidades su manejo, pues nunca llegó a ser tan buen espadachín como hubiese querido. Pronto supero a su padre con la espada pero no le bastó y la práctica pasó a ser casi una obsesión. Así pasaron muchas estaciones, y Dolf tuvo que hacerse cargo del negocio pues los ojos y manos de su padre ya hacía tiempo que no eran como antaño hasta que su luz se apagó del todo. Fue una época triste, oscura y dura. El negocio no iba bien, pocos se atrevían a acercarse a la villa. Con mucho pesar vendió lo poco que le había dejado su padre y con lo que le quedó después de pagar las deudas por la renta de la casa, juntó lo suficiente para un escudo de segunda o tercera mano y una armadura de escamas de no mejor calidad. Decido a dejar el lugar donde nació y se crió, pues ya nada le ataba aquel lugar, hizo el petate, se puso la maltrecha armadura de escamas, cogió el escudo abollado y la espada que en su momento le regaló su padre ya mellada y se marchó para no volver. Recorrió los caminos del imperio hasta sus fronteras no sin peligros pues bandidos y luego trasgos le asaltaron por el camino. En cada enfrentamiento, como un placer culpable, el corazón le estallaba en el pecho y la boca se quedaba seca y pastosa. Sin duda su habilidad con la espada larga y tal vez la intervención divina le salvó la vida en aquel camino. Matar al primer hombre no le enorgulleció lo más mínimo, incluso le pareció algo repulsivo pero pronto entendió cómo sería su vida ahora si quería sobrevivir. Acabar con los trasgos casi le cuesta la vida pues topó con un grupo muy numeroso, algunos incluso llevaban arcos cortos y su vieja espada terminó de quebrarse al rematar al último trasgo que luchaba por respirar. Desarmado prácticamente y mal herido siguió el camino hasta llegar a una nueva villa, de la que no había oído escuchar nunca. La floreciente Heystad. La aventura de Dolf Aspem ya había comenzado y apenas se había dado cuenta. Sonriendo y llevándose la mano al hombro herido se adentra en la villa... | |
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