Reinos del Caos - Neverwinter Nights: Enhanced Edition
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 Vengador del Siniestro

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Wolf
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MensajeTema: Vengador del Siniestro   Vengador del Siniestro I_icon_minitimeMiér 06 Sep 2017, 04:30

El Vengador del Siniestro, Heymon Adelforth


Vengador del Siniestro E49fad10

Nombre: Heymon Adelforth


Edad: 58 años humanos


Descripción física: Un anciano hombre de rostro curtido, de cabellos cortos canosos totalmente y una barba bien cuidada le otorgan una presencia algo majestuosa a su vieja figura. Carece de un ojo pues lo lleva cubierto con un negro parche, sin embargo su único ojo es de color castaño y una mirada serena delata que es un hombre que ha vivido ya más de la mitad de su vida. Por la figura fuerte del hombre comprendes que ha vivido entrenando duro desde la juventud y probablemente tenga ya unas batallas encima.


Descripción psicológica: Es un hombre tranquilo que por lo general prefiero no meterse en los problemas de los demás salvo cuando ve una situación injusta. Su edad ya le ha apartado de las peleas de los jóvenes y ha hecho que sea un hombre que busque solucionar todo primero por la palabra, exceptuando un caso: la no-muerte. Odia profundamente aquellos que no tienen un mínimo de respeto con los cadáveres de los demás, como también aquellos que practican la nigromancia con fines perversos. Cree que la muerte es un paso más en el ciclo de la vida y que lo mejor que puede hacer en favor de los enfermos y heridos, es aliviar su dolor para que lleguen a la muerte de una forma más amena.


Idiomas: Común, Lanthoriano, Imperial

== La Tragedia y Decepción ==

Era una cálida mañana de verano en la que se levantaba en la posada del “Carnero Feliz” en Heystad, la habitación olía a coñac, estaba decorada con las oscuras ropas y armadura del sacerdote. A un lado de ella reposaba el escudo negro y su fiel espada de hace años, en su escritorio estaba la querida copa de coñac y su tomo de oraciones.


Todas las noches a la misma hora realizaba sus plegarias a Fao, ya llevaba treinta y cuatro años que seguía la misma rutina, como también llevaba veinte de esos treinta y cuatro años atormentándose por algo, una gran pérdida, la de su mujer… Y de su primogénito.


Heymon se reconoce como un hombre de costumbres, muy rara vez sus jornadas se ven alteradas, es un hombre predecible y es difícil que las cambie a las alturas que ha llegado, así pues realizaba en tiempo casi exacto las mismas tareas durante la mañana, se levantaba, se despojaba de sus ropas y se aseaba. Tras asearse se recortaba la barba para dejarla bien cuidado, luego se peinaba para finalmente equiparse con su armadura. Se encontraba listo para marchar hacia fuera de la posada, pero se detuvo un momento cuando miró hacia el espejo.


Cuando se vio al espejo había retrocedido veinte años atrás, cuando aún era un hombre de treinta y ocho años, cuando las canas recién empezaban a asomar sobre su cabello y barba, dándole un toque majestuoso a su figura, estaba a días antes de la tragedia de su vida, de la decepción más grandes para alguien entregado al deber como él.


Era una noche fría de otoño cuando había ocurrido, fuera de su casa estaba lloviendo y él estaba corriendo por el pasillo hacia la habitación suya y de su mujer. Alarmado le avisó de que estaban atacando el Alcázar del Siniestro, fortaleza en la que vivían. Su deber lo llamaba y era hora de responder, era hora de prepararse para la defensa del ataque de los muertos vivientes de los Páramos Salvajes.


Besó a su mujer en los labios, bajo la promesa de que volvería vivo tras la defensa del Alcázar, era algo que tenía que cumplir. Pero desconocía que toda su vida estaba a punto de desmoronarse en cuestión de horas, para él, era un día más en el servicio de Fao y Auregan.


El asalto había durado nada menos que tres horas y como bien es sabido, los no-muertos no conocen lo que es el agotamiento. Los guerreros defensores del Alcázar ya se encontraban extenuados ante el combate, pero seguían defendiéndose como bien podían, sin embargo esto pudo ser lo que desencadenaría en una seria de acontecimientos desafortunados para Heymon, pues habían informado que un grupo de nigromantes se habían infiltrado en la zona donde se encontraban los ciudadanos del castillo.


Lo primero que pensó en ese momento el sacerdote fue en su mujer, en su hijo e hija que vivían allí. Si bien su hijo e hija vivían en otras casas, estaban en el mismo alcázar y podría significar un peligro para ellos. Su deber era ayudar en las defensas, pero tampoco podía permitir que le hicieran daño a su familia, así pues delegó su trabajo a uno de los Guardianes de Auregan para organizar la defensa.


Empuñando firmemente su martillo de guerra bajó por las escaleras de la muralla a toda velocidad hasta su hogar, donde había empezado a tonarse todo de un color oscuro, la puerta había sido echada abajo, motivo suficiente para que entonara salmos a su dios para esperarse un combate dentro de su hogar. Entró decidido y esperando que su mujer no se hubiera oxidado de sus antiguos años de aventurera, craso error.


Escuchaba gritos y escándalo escaleras arriba de su casa, precisamente parecían venir de la habitación matrimonial de los dos, se le heló la sangre. Subió por las escaleras a grandes zancadas cuando ve a la distancia la puerta de su habitación abierta, se encontraba un hombre acompañado de otros tres armados.


Se desplazaba con gran celeridad hacia el cuarto, pero no fue suficiente… Con sus propios ojos vio que aquel hombre encapuchado acabó con la vida de su mujer, con nigromancia.
Enfurecido gritaba por el pasillo hacia aquel hombre, pero no hacía más que iniciar el espectáculo. Cuando el encapuchado se giró hacia Heymon le delató algo importante al sacerdote, algo de lo que quizás viviría mejor sin haberlo sabido pues el nigromante era su hijo.


Los tres guardianes del nigromante se abalanzaron sin compasión alguna sobre el clérigo del siniestro, el cual logró defenderse de los tres hombres a los cuales aniquiló llevado por la ira del momento, desgraciadamente cometió nuevamente un error, pues quizás pudieron darle información importante, su hijo había escapado impune.


Ahora se encontraba de rodillas frente al cadáver de su mujer, el cual había sido profanado por la nigromancia, pese a las plegarías que dedicó a su dios ella no pudo venir de vuelta, su ahora traidor hijo había hecho algo con ella que se escapaba de sus conocimientos, frustrado se quedó allí hasta el amanecer, mirando a su mujer. La lluvia había acabado, el ataque fue frustrado por los seguidores de Fao.


Al otro día al final de la tragedia y oficiar los funerales, se acercó hasta el Gran Maestre Wesker Donovan, al cual le solicitó el permiso de ser trasladado a Lockgarth, había entregado su casa a su hermano y ya no quería estar allí, solo le traían malos recuerdos. Necesitaba tiempo para reflexionar.


La solicitud fue aprobada y a las dos semanas fue trasladado hacia Lockgarth donde seguiría con su vida, lejos de los sitios que le traían malos recuerdos… Excepto la espada que portaba ahora, la espada de su mujer, nombre el cual jamás lograba olvidar… Violeta.
Con el paso de los años cumplió nada más ni nada menos que cincuenta y ocho primaveras entre infortunios y malas costumbres alcohólicas, pero siempre fiel a su dogma y deber. Pero fue en ese momento en el que se miró en el espejo de la posada que se dio cuenta que debía hacer algo.


Iba a ajusticiar a su hijo, iba a vengar a su mujer. Estaba cumpliendo su deber y compromiso con Fao, pero a la vez se sentía bien de poder vengarse…Y era esto lo que le preocupaba precisamente, sentirse bien con cumplir su deber.
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