Reinos del Caos - Neverwinter Nights: Enhanced Edition
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 El Brujo de la Espesura.

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StrawberryQueen

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MensajeTema: El Brujo de la Espesura.   El Brujo de la Espesura. I_icon_minitimeMar 29 Ago 2017, 03:05

Apartado reservado para ficha en construcción
Personaje:Khieran de la Espesura.

Perdonad las molestias
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StrawberryQueen

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MensajeTema: Re: El Brujo de la Espesura.   El Brujo de la Espesura. I_icon_minitimeMar 29 Ago 2017, 03:30

Thillantar el elfo
Al anochecer| Camino del Lobo | Personajes: Thillantar
          No le vio venir. A pesar de haber estado atento durante todo el camino, no vio venir al lobo. Fue demasiado tarde. La sombra del animal eclipsó las huellas. Atrapó a su presa por la espalda. Rodaron. Cayeron colina abajo, hechos un amasijo de brazos, piernas y patas. Le mordió la pierna. Gritó. Desgarró la carne con tanta fuerza que la dejó inutilizada. No podía ponerse en pie. No podía escapar. Lo único que podía hacer era esperar la muerte o luchar por seguir viviendo. Se miraron a los ojos. Lobo y hombre. No pertenecían a la misma especie. No hablaban el mismo idioma. Aun así se entendieron. Comprendieron de alguna forma que ninguno de los dos moriría esa noche. Algo ajeno les había vinculado. O puede que ya lo estuvieran tiempo atrás. Era complicado saberlo.
          La pata del lobo pisó el hombro de su presa. Movió la testa. Se quitó las ideas de la cabeza. Necesitaba alimentarse. Era su presa. Abrió las fauces.
          La mano humana consiguió asirse del agarre del lobo. Sacó una flecha del carcaj. Forcejeó y logró clavarla en la pata del lobo. El animal aulló de dolor. 
          El lobo se apartó.
          El humano rodó por un costado.
          Ambos se miraron entre sí. Ambos heridos en la misma extremidad.
          Se marcharon sabiendo que aquel no sería su último encuentro.



          —Eh, ¿puedes oírme?
          «Puedo oírte».
          —Despierta.
          «Estoy despierto. Puedo oírte».
          —Este es un lugar peligroso, despierta.
          «¿Peligroso? Sí… Me atacó un lobo, lo recuerdo. La pierna. Me duele la pierna».
          —Tienes que despertar. Esto es peligroso.
          «Hace frío. ¿Por qué hace tanto frío?»
          —Despierta.



          Khieran abrió los ojos sobresaltado. Había tenido un sueño horrible. Una pesadilla donde un lobo le atacaba con fiereza, pero le dejaba huir. En su sueño se vio a sí mismo arrastrándose y después cojeando. El bosque parecía querer ahogarle a más cansado se sentía. «No era un sueño», pensó, alarmado, cuando el dolor sacudió de nuevo su pierna. Notó la cercanía de alguien y volvió a saltar. La figura, delgada y encapuchada, alzó sus manos en son de paz.
          —Tranquilo —le dijo una voz armoniosa—, sólo pretendo ayudar.
          La visión de un enorme lobo tras el encapuchado no mejoró las cosas. Khieran se incorporó por acto reflejo y se agazapó de manera similar a como lo haría un animal acorralado. Estuvo a punto de avisar al encapuchado del peligro cuando advirtió que el lobo no parecía tener la más mínima intención de atacarles. Estaba tranquilo, cerca del extraño, como si le custodiase.
          La pierna estalló en una nueva sacudida dolorosa. Khieran gruñó y se llevó las manos a la misma, sujetándola con fuerza. El extraño llevó lentamente las manos a su capucha y la bajó para mostrarle sus rasgos y demostrar que sus intenciones eran buenas. Resultó ser un elfo varón, con el pelo platino y color similar a sus propias ropas.
          —Gentil —dijo Khieran señalando su rostro. Lo correcto sería decir que señalaba sus orejas puntiagudas.
          —Sí, soy del pueblo gentil —asintió el elfo—. Me llamo Thillantar.
          Dejó el arco en el suelo y sacó un pequeño morral blanco. Khieran recordó la voz que penetró en la neblina del sueño y supo que trataba de sanarle la pierna. Se sintió culpable por haber reaccionado a la defensiva. Llevó una mano a su propia capucha y la bajó. Desde luego distaba completamente en apariencia; su pelo castaño estaba tan revuelto que lucía enmarañado en algunas zonas, los rasgos eran mucho más duros y la barba de pocos días salpicaba el mentón y las mejillas. Los ojos, de color miel, también mostraban un aire más asalvajado y hosco que la mirada del gentil. Thillantar se acercó y se sentó junto a Khieran, en una posición donde pudo examinar la profundidad de la herida.
          —Khieran, del bosque —se presentó cuando recordó que no lo había hecho. Después señaló al animal. —¿El lobo es tuyo?
          —Se llama Zhyr —fue la respuesta—, y es libre. Es un hermano.
          Khieran no comprendió la totalidad de esa respuesta. Supo que algo se le escapaba, algo que no vería ese día y que quizá no lo vería en otros muchos más hasta que aprendiese y madurase. Lo respetó. De la misma manera que respetaba los conceptos y manera de pensar de su madre sin entenderlos, con la esperanza de algún día lo sabría. Thillantar sacó una bolsa llena de hierbas curativas. Khieran había oído hablar de la magia de los elfos y la gran habilidad de estos para la curación, pero nunca lo había visto por sí mismo. Hasta entonces. Thillantar le ayudó a descalzarse la bota y levantó el pantalón hasta dejar las heridas completamente a la vista. Avisó de que le dolería, pero eso era algo que Khieran ya temía por sí mismo. Apretó los dientes y aguantó como pudo. En más de una ocasión tuvo el impulso de retraer la pierna lejos de las manos del elfo. Se sobrepuso a la tentación, sabedor también de que sucumbir podría significar empeorar por error la afección. Thillantar aplicó una pasta verde en las heridas después de limpiarlas. Acto seguido las vendó. Se tomó su tiempo para ello, y mientras tanto preguntó a Khieran por el origen de las mordeduras.
          —El lobo fue más listo que yo —culminó tras su explicación—. Me cazó cuando me vio despistado y vulnerable. Estaba ofuscado. No pensé con claridad.
          —El bosque profundo ya no es lo que era —dijo Thillantar; quizá quitándole importancia al error de Khieran para que se le relajase, quizá a modo de advertencia—. Bestias mágicas han hecho del lugar su nido. Bandas de ladrones profanan antiguas ruinas y los orcos abundan por el lugar.
          Khieran asintió. Entendía aquello como una justificación más que lógica para que los animales normales se estuvieran desplazando y acometieran temerosos contra cualquier desconocido al que considerasen su presa, por grande que fuera en tamaño.
          Thillantar no se demoró mucho más en vendarle la pierna. Cuando acabó, ayudó de nuevo a Khieran a calzarse la bota.
          —Voy a adentrarme en el bosque —anunció el elfo tras ponerse en pie—. Si quieres puedes acompañarme.
          —¿Qué buscas en el bosque? —se interesó Khieran.
          —El bosque es el lugar donde nací —respondió Thillantar mientras recuperaba su arco del suelo—. Vuelvo a él para purgar los males que lo asolan. También para proteger a los viajeros de las que bestias que ahí yacen. No busco nada del bosque. Solo necesito estar en él.
          Khieran trató de ponerse en su lugar. Creyó que le entendía. A su mente acudieron recuerdos que ni siquiera sabía que conservase. Recuerdos de su infancia antes y después de vivir en el bosque. Cómo iba a buscar agua fresca al arroyo cada mañana. Cómo corría entre los árboles o trepaba por ellos, ignorando las advertencias de su madre. Nunca hacía caso a esas advertencias. Quizá por sentirse tan diferente a ella. A pesar de eso, el bosque era su hogar. Siempre lo había sido. El único lugar donde se sentía libre de presiones y miradas juiciosas. Y al mismo tiempo también era un lugar que se le hacía ajeno. Como si estuviera anclado entre dos mundos completamente diferentes y necesitase encontrar la forma de adentrarse en uno de ellos antes de perderse por completo.
          —Yo también nací en el bosque —comentó Khieran, entonces, cuando reaccionó y se puso en pie para acompañar al elfo—. Pero ahora se me hace un lugar extraño.
          —Aún hay pureza en él —dijo Thillantar—. Mientras brille esa estrella en el manto oscuro, vale la pena luchar por ella.
          Khieran frunció el ceño y le miró extrañado. Aunque parecía que habían cambiado de tema por otro completamente distinto e incomprensible, tuvo la sensación de que Thillantar se refería a algo anclado a su propia devoción por el bosque y la preocupación de que éste se viese infestado de criaturas hostiles.
          —¿Vienes? —preguntó Thillantar.
          Khieran reaccionó moviendo la cabeza. Le siguió.
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StrawberryQueen

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MensajeTema: Re: El Brujo de la Espesura.   El Brujo de la Espesura. I_icon_minitimeMar 29 Ago 2017, 21:14

El claro
Noche / Amanecer| Bosque Profundo | Personajes: Thillantar y Aramir Blake
    Thillantar era rápido al caminar por el bosque. Poseía la gracia de los elfos para moverse y una habilidad innata para perderse entre los árboles. A Khieran le costó seguirle. Sospechó que le habría costado incluso habiendo tenido la pierna sana. A veces debía pararse, mirar a su alrededor y llamarle para que el elfo apareciese a un costado, paciente y extrañado, aguardando entonces a que el joven humano le diese alcance. El lobo que le acompañaba como un hermano era incluso peor; Khieran no le veía durante media hora, aparecía los cinco minutos siguientes y después volvía a desaparecer. Ambos dejaban en claro sin necesidad de palabras cuánto tenía que aprender Khieran para sentirse siquiera la mitad de ágil que cualquiera de ellos.
     Curiosamente no se quejó. Cuando quiso pensar en ello, se dio cuenta de que apenas sentía ya dolor en la pierna malherida. Miró hacia abajo. El vendaje de Thillantar se había manchado de sangre, pero Khieran no sentía la incomodidad propia de una herida. Estuvo tentado de retirar la venda para mirar, pero se quitó rápido la idea de la cabeza cuando el elfo habló a su lado, asustándole.
     —Nos encontraremos con arpías a lo largo del bosque —dijo mientras preparaba su arco—. Su canto embelesará tu mente si no te mantienes firme, escuchando tu alma con firmeza.
     —Mal asunto para un humano —respondió Khieran visiblemente preocupado.
     No tuvieron ocasión de decir más. Un ruido vino a los oídos de Khieran, y si él lo había escuchado, era obvio pensar que Thillantar y Zhyr ya llevaban un buen rato en sobreaviso. Khieran se agazapó y esperó. Agudizó el oído. Sonaba a metal. El ruído de varias piezas chocando entre sí al caminar. Una armadura, quizá. Desconocía si eso era mejor o peor que las arpías en sí mismas.
     Al cabo de unos minutos lograron avistar la figura de un hombre humano. Tal y como sospechó Khieran, portaba consigo una armadura gruesa y engorrosa, además de una espada. Medio bosque le habría oído llegar. Estaba solo. Thillantar decidió salirle al paso. Zhyr y Khieran le siguieron poco después.
     El guerrero enfundó la espada en un gesto pacífico, pero mantuvo su mano en la empuñadura.
     —Salve, viajeros —dijo con voz firme, en alto.
     Thillantar no respondió de inmediato. Tampoco lo hizo Khieran. El desconocido alternó la mirada entre el elfo, el humano, y sobretodo, el lobo. No se le podía reprochar. A Khieran empezaba a carcomerle la idea de que pagaría por ver esa misma situación en medio de un pueblo. Luego se sintió culpable por ello. Acto seguido encontró divertido imaginarse a las mujeres corriendo con las enaguas a la vista. Tuvo que reprimir la risa y esforzarse por mantenerse atento a lo que ocurría en la realidad.
     —¿Podemos ayudarte en algo? —cuestionó Thillantar.
     —Gracias, pero solo viajo al este —respondió el guerrero—. Estoy vigilando el camino de Ahystor.
     Al decir eso, Khieran se percató de que su armadura y equipamiento era similar, si no igual, a los de los hombres que patrullaban la zona.
     —Entiendo —asintió Thillantar—. ¿Vuestro nombre es…?
     —Aramir Blake —se presentó—. Estoy al servicio de su majestad; el rey Valian.
     —Thillantar es mi nombre. Viajo con dos amigos.
     —Khieran… —se presentó a sí mismo el muchacho. Sin apellidos ni heráldicas, lo cual le hizo sentirse incómodo e inferior al soldado que tenía delante.
     —Si nos disculpas —atajó rápidamente Thillantar—, continuaremos nuestro viaje.
     —Agradecido —asintió el guerrero—. Que lleguéis sin novedad a vuestro des…
     Apenas tuvo ocasión de terminar la frase. Un estruendoso grito, escalofriante y hechizante, un grito de guerra, quebró la tranquilidad del bosque. Una tranquilidad demasiado extendida en el tiempo, pensó Khieran cuando cayó en la cuenta de ello. Estaban siendo emboscados por haberse distraído hablando con Aramir. Al principio sólo vieron sombras. Pero entonces algo levantó a Thillantar del suelo y lo lanzó al otro lado. Khieran corrió en su auxilio. No tuvo mejor suerte. Sintió que algo se clavaba en sus hombros, lo alzaba de igual manera y lo lanzaba bien lejos del lugar. Su espalda chocó contra un árbol. Después lo hizo su cabeza contra el suelo. La vista se le nubló. Se sentía mareado. Podía oír los gruñidos y las dentelladas de Zhyr. La espada desenfundada de Aramir. Las flechas de Thillantar, que silbaban al desprenderse del arco. Pero le costó ver contra qué peleaban. Ni siquiera podía moverse. Se sentía terriblemente mareado. Trató de ponerse en pie.
     Una boca monstruosa se abrió a un centímetro de su rostro. Khieran gritó y retrocedió, espantado. Se aprisionó a sí mismo contra el árbol. Las alas de la criatura movieron la tierra a sus pies. Lanzó un zarpazo a su pecho. Khieran lo esquivó a duras penas. Rodó por el suelo y gruñó al sentir de nuevo una punzada en su pierna. El dolor despejó su mente y le permitió ver qué era el enemigo. Arpías. Monstuosas y abominales arpías que trataban de colarse en las mentes de los tres viajeros, y al no poder hacerlo atacaban sin piedad. Mermaban sus fuerzas y les hacían temer. La espada de Aramir segó la cabeza de la más cercana a Khieran, que trataba atacarle por la espalda. La sorpresa estuvo a punto de costarles la vida, pero Aramir, Thiellar y Zhyr lograron revertir la situación rápidamente. Cuando la última arpía cayó, el elfo se acercó rápidamente a Khieran y trató la herida de su cabeza.
     —Imagino que… —Khieran escupió algo de sangre por la soberana torta que le habían dado—...eso eran arpías.
     —Están por todas partes en este bosque —masculló Aramir.
     —Creo que empiezo a comprender por qué la gente de las ciudades utiliza arpía como concepto de insulto…
     El comentario de Khieran hizo reír a Aramir. Thiellar también sonrió, pero no dijo nada al respecto. En su lugar ayudó al muchacho a ponerse en pie.
     —Khieran, iremos a un refugio del bosque —anunció el elfo.
     —Podría ayudaros, si queréis —se ofreció Aramir.
     —Es mejor que no —cortó rápidamente Thillanar—. Es un lugar que prefiero no sea mancillado por la fe humana.
     Khieran miró extrañado al elfo. No entendía nada. Él era humano, como Aramir. ¿Qué le hacía ser más digno que un guerrero experimentado? No tenía nada de valor y sin duda Aramir redoblaba cualquier característica que Khieran creyera ilusamente avanzada.
     Pero Aramir no se ofendió. Asintió de acuerdo con lo expuesto por Thillantar y se despidió de ellos con la misma amabilidad que antes. Incluso les bendijo para que su camino fuese seguro. Khieran se sintió renovado, protegido. Tuvo la seguridad de que nada malo les ocurriría.





     —Los reinos humanos no han hecho más que contribuir a la destrucción del bosque —comentaba Thillantar.
     Habían seguido caminando durante un par de horas más. Paraban a descansar siempre que Khieran lo solicitaba. Aunque llegó un punto en que se esforzó por no pedirlo más. Hacerlo provocaba que se sintiera débil en comparación a Thillantar y una molestia para su viaje. Sin embargo el elfo no parecía inquieto ni enojado. Accedía siempre y esperaba con una paciencia sobrehumana a que Khieran se repusiera. El muchacho comenzó a pensar entonces que era cierto eso que decía de que el tiempo de los humanos era apenas un suspiro para los elfos. Quizá las largas esperas de descanso para Khieran no eran más que segundos en la percepción de Thillantar y por eso no reflejaba molestia en su rostro.
     Khieran oyó el correr de un arroyo. Apenas veía nada. Estaba muy oscuro, pero ese sonido se hizo más y más fuerte. Hasta que vio la melena platina de Thillantar saltar a otro lado. Khieran cruzó por las rocas poniendo mucho cuidado en no resbalar. Lo último que faltaba a esa jornada de viaje era que se rompiera una pierna.  O algo peor.
     —Es aquí —anunció el elfo.
     Khieran alzó la mirada una vez tocó tierra firme y no corrió riesgo de caída alguna. Lo que vio le sorprendió. En medio de la oscuridad del bosque, en medio de todos aquellos árboles, había uno en concreto que brillaba con luz propia. Sus hojas no eran hojas, sino flores. Flores cuyos pétalos blancos y rosados se mecían con la brisa. Algunos caían.
     Thillantar se aproximó a ese árbol en concreto. Apoyó la mano en su corteza con un respeto reverencial y absoluto.
     —Da un paso al frente —ordenó el elfo—, y muestra tus respetos por la chispa de la vida que queda en este bosque.
     Khieran titubeó. Una parte de él sentía que debía obedecer a Thillantar sin cuestionar por qué lo hacía. La otra, la del muchacho inexperto que no sabía nada, tenía mil preguntas rondando su mente. Se acercó, pero miró al elfo sin saber qué hacer.
     —¿Cómo se lo demuestro? —preguntó.
     Thillantar miró hacia arriba. Hacía las flores de cerezo que brillaban con luz propia.
     —Juramentando tu vida a este árbol —respondió.
     Khieran tragó saliva. Se sintió temer, pero también notó que algo trataba de introducirse en él. Se concentró en esa sensación. Era el propio árbol. Desconocía cómo o por qué, pero sentía que el árbol le daba la bienvenida como se le da a un hijo que hace mucho tiempo no pisa su hogar. ¿Cómo podía ser eso posible? Y lo que era más extraño, ¿por qué él? Había hombres mucho más maduros y experimentados. Hombres que merecía la pena tener como aliados. Porque eso era lo que sentía que esperaban de él. Una alianza. Un nexo.
     Con el bosque.
     Con su alma.
     —¿Esperas que muera por defender este árbol? —sonó defensivo. Porque estaba a la defensiva. El humano que seguía siendo saltaba abogando por su propia supervivencia. Eso le hizo avergonzarse.
     Thillantar, en cambio, asintió con calma.
     —Un hombre que ha perdido su hogar —recitó—, un hombre que vuelve a su hogar, un hombre que vive para su hogar. Este árbol no es sólo un árbol. Es la llave para extender su pureza hasta el rincón más oscuro del bosque.
     —Si el árbol muere, ¿el bosque morirá con él?
     Thillantar asintió en silencio. Khieran miró apurado los pétalos que caían. Sus hombros y cabeza estaban salpicados por ellos, pero no le importaba. Estaba invadido por un sentimiento de congoja al imaginarse algo tan bello muriendo y desapareciendo para siempre. Destruyendo todo a su paso y sumiendo el mundo en una oscuridad invencible.
     —¿Tienes la voluntad para hacerlo? —preguntó Thillantar.
     —No lo sé —respondió Khieran, casi mareado por esa responsabilidad—. Ni siquiera sé cómo o por qué he acabado aquí. ¿Y si no soy digno? ¿Y si contribuyo a su desaparición?
     —En todos está la opción de fallar —suspiró Thillantar—. Ese pensamiento de nuestra estirpe de que hasta el ser más ínfimo puede cambiar el mundo es irrisorio. Porque puede tomarse por ambas vertientes. No necesitamos saber qué nos deparan los dioses para ser lo que decidamos ser. Si no encuentras en tí mismo la decisión de cambiar algo, jamás la encontrarás en otro.
     El corazón de Khieran se encogió dolorosamente. No era la primera vez que oía a alguien hablar sobre los dioses y el destino. La última vez que ocurrió acabó marchándose de su casa, molesto, enfadado con su madre por haberle ocultado más cosas de las que ella misma pudiera recordar. «El tiempo es el que es», se dijo Khieran, recordando. «No podemos luchar por cambiar el destino. El destino no puede cambiarse. Nos persigue. Nos encuentra».
     —Pero podemos luchar por sobrevivir —se dijo, ya en voz alta.
     La determinación se apoderó del pecho de Khieran. Alzó su mano y la apoyó en el tronco. Decidido. Dispuesto a hacer lo que fuera por proteger el bosque. Así lo juró su corazón. De todo mal que quisiera erradicarlo. Como diera lugar. Con los medios que fueran necesarios. Sin temor. Sin vacilaciones.
     Una sensación de calidez le rodeó. Era como sentir el abrazo invisible de un ser querido. Se sintió desvanecer. Apoyó la frente en el tronco. 
     Cerró los ojos.







     Khieran despertó mucho después, cuando ya era de día. Thillantar estaba sentado a su lado y le miraba con una mezcla de orgullo y diversión. Khieran gruñó y trató de incorporarse. Lo hizo bajo una sensación extraña de mareo. Miró a su alrededor.
     No estaban en el bosque.
     Tampoco estaban solos.
     Al principio se sobresaltó y se puso en guardia cuando notó la respiración del jabalí en su mano, olfateándole. Temió que le embistiese con sus colmillos, pero nunca llegó a hacerlo. Nunca lo haría. Entonces se dio cuenta de que había muchos más animales en aquel claro. Todos ellos en paz. Todos ellos en armonía. Conviviendo sin dañarse ni darse caza. Una sensación que poco a poco también se hizo eco en sus entrañas, permitiendo que se relajase.
     —Este es el santuario del bosque —aclaró Thillantar al leer la duda en sus ojos—. Un oasis de luz en un desierto de oscuridad. Cada vez que necesites paz, puedes venir aquí.
     —¿C-Cómo hemos llegado aquí?
     —Con voluntad.
     —Los animales no se atacan. ¿Por qué?
     —Porque es un refugio para las criaturas pacíficas del bosque. El viejo Grumm mantiene el orden y les protege.
     —¿El viejo Grumm?
     Thillantar, que le había acompañado en su paseo por el claro, giró el dedo, indicándole a Khieran que mirase detrás de sí misma. El muchacho se giró.
     Tal cual lo hizo, cayó sentado de la impresión.
     Grumm, lejos de ser un hombre, era un oso.
     —Tranquilo —rió Thillantar—, es un ser pensante. Vamos, salúdale y presenta tus respetos.
     Khieran miró al elfo a ceño fruncido. Después miró al enorme custodio del claro.
     —Hola… ¿Señor oso?
     Grumm profirió un gruñido amigable. Sin embargo, en la mente de Khiera aquello no era un gruñido, sino un mensaje, un saludo. Una voz que se formó lenta pero consistentemente dentro de sí mismo.
     A Khieran casi se le descolgó la mandíbula.
     —El oso ha hablado —dijo—. O no ha hablado, pero le he entendido…. ¿Seguro que no me he golpeado la cabeza más fuerte de la cuenta?
     —Tú estás bien, yo estoy bien y esto es real.
     Grumm hizo un ruido extraño. Khieran supo que se “reía”, a su manera, y enrojeció. El oso percibió su incomodidad y se levantó sobre sus patas traseras. Apoyó gentilmente una de las delanteras sobre el hombro de Khieran. Sorprendentemente no se sintió en peligro. No tuvo miedo.
     Le había dado la bienvenida a su hogar.
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