Descripción física:
Hombre de cabellos rizados en un tono castaño oscuro, los cuales lleva peinados hacia atrás, facilitando así la visión de sus ojos, color verde esmeralda, a juego con su blanca piel, aunque no demasiado. De aspecto joven, pero bastante experimentado, aproximadamente treinta y pocos años.
Su estatura, rondando el metro ochenta, acompaña a su constitución: un hombre fornido, curtido en batalla y en plena forma. Además, luce algunas antiguas cicatrices, lo cual deja ver que ha estado presente en numerosas batallas, además de alguna antigua quemadura.
Como clérigo de Edarastrix, porta la simbología de su dios en su capa, con digna devoción, bordada en hilo dorado.
Siempre amable y sonriente, Arturo estará dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesite, aunque es posible que te ofrezca jugárselo con la moneda que, casi siempre, tiene en su mano.
Historia:
Me levanté, caminé por el pasillo de palacio hasta la alcoba de mi moribunda madre. Besé su frente. Ella despertó. Sonrió. Se me inundaron los ojos en lágrimas al verla en aquel estado. Le susurré unas palabras y me separé de ella.
Volví hasta mi propia habitación. Me acomodé mi armadura completa sin ayuda. Enganché mi escudo a la espalda, y con paso firme y decidido, continué hacia la salida de palacio, donde toda mi tropa me esperaba, lista para obedecer.
Monté a lomos de mi blanco corcel e inicié la marcha, siguiéndome a su vez un ejército al completo a mi entera disposición.
La reina había sido envenenada y las sospechas apuntaban a los envidiosos enemigos que tenía mi reino. Como su hijo y príncipe, me vi en la obligación de tomar justicia, siendo así que, tras diálogos y amenazas, finalmente recurrí a la batalla.
Fueron días los que siguieron aquel largo camino. Nervios. Indecisión. ¿Hice lo correcto? ¿Debí haberlo hecho antes? ¿Debí haber protegido mejor mi reino? Mi cabeza estaba llena de preguntas, a las cuales no conseguía hallarles respuesta. No me quedaba otro remedio que aligerar el paso, y continuar con lo establecido.
Mis hombres no dudaban de mí. Obedecían cada orden que les daba. Era un buen líder…
Fue al llegar a la frontera con el siguiente reino cuando más dubitativo estaba.
-¡¡Alzad las espadas!! ¡Cargad los arcos! ¡Esos bellacos pagarán por nuestra Reina! -gritó el Rey, mi padre, alzando su espada, lleno de ira. Furia es lo que yo sentía. Mi mente estaba aturdida por aquella terrible venganza.
Mis ojos se ennublinaron. ¿Qué era aquello? Sentía mi cabeza ida. Mi cuerpo no respondía. Debía estar siendo presa de los nervios. Pero no…no podía ser. No en aquel momento. Mi madre debía vivir esa venganza.
De repente sentí como mis ojos se abrían, sensibles a una cegadora luz. Me vi aquí, en esta misma habitación. Sin poder moverme. Sin nadie alrededor. Con todo mi cuerpo quemado. ¿Qué era eso que mis ojos me hacían ver?
Despejé mi vista, cuando me pude dar cuenta, mi ejército ya se vio envuelto en la batalla y yo permanecía quieto. Mi hermano mayor me golpeó la espalda, intentando sacarme de aquel estado. Sacudí la cabeza para terminar de despejarme e iniciar mis ya planeados movimientos. La lucha fue ardua, aunque exitosa.
Apenas duró unas horas, mas nuestro enemigo se rindió fácilmente. Vimos cómo se podía retirar. Aunque a lo lejos pudimos ver algunas llamas que asolaban las casas del pueblo cercano.
De camino a mi palacio, sentí un estremecedor dolor en la cabeza, como un fortísimo golpe. Volví a sentir la misma sensación previa a la batalla. ¿Nervios? No. Ahora no. Imposible. ¿Qué era eso? Volví a despertar. Mi hermano me miraba. Ahora me encontraba en mis aposentos, ya despojado de mi armadura, envuelto en ropas de lino.
Mi cuerpo estaba débil. No notaba mis manos. ¿Quizá me había caído del caballo? ¿Quizá me envenenaron también? Jamás había estado tan confundido.
Caí en un sueño profundo. Lo último que pude ver fue el rostro de mi querida madre rodeado de llamas. ¿Surrealista? Me extendió su mano, sonriente. Esa sonrisa dulce que puedes ver cada mañana en el rostro de tu progenitora, aquella que te dio la vida. Esa sonrisa que hace que levantes el cuerpo de la cama. Yo la amaba como jamás había amado a una mujer. ¿Podría amar a la madre de mis hijos de la misma manera? Lo dudo. Y ella… ella se desvaneció tras esas llamas, a la vez que me inundaba un fuerte dolor por todo el cuerpo.
Es lo último que vi antes de perder mi vista. Hasta ahora que te estoy contando esto. Y por cierto, ¿dónde está mi madre? ¿Superó el veneno? -preguntó el narrador, un muchacho joven, de rostro inocente. Cabellos, aunque escasos ahora mismo, color café y ojos avellanados-
-Me temo que no podrá volver a verla. Murió en el incendio. Fue enterrada hace una semana junto a su hermano. Vos acaba de despertar. Sinceramente, dudábamos de que sobreviviera.
- ¿Cómo? ¿Qué incendio? ¿Y mi reino? ¿Y mi hermano? -la ráfaga de preguntas del joven Arturo comenzó a alterar su voz, parecía realmente desesperado- ¡¡Qué incendio?? ¡¡De qué está hablando?? -volvió a preguntar, levantándose de la cama, a la vez que su voz emitía un fuerte quejido por las heridas sufridas. Su rostro, sin más, comenzó a derramar lágrimas. Impotencia. Tristeza. Abandono… -Mi familia… ¿Qué ha pasado? -llevóse las manos a la cabeza conforme se arrodillaba sobre la cama, cayendo en un llanto profundo y prolongado-.
El Sacerdote que lo atendía abandonó la sala, dejando al muchacho allí. A su vez, fuera, en el pasillo, le esperaba un encapuchado: -Ha sufrido graves heridas por todo el cuerpo, pero lo que más nos preocupa es el golpe de su cabeza. Ha sufrido grandes daños. Soñaría durante su inconsciencia y ahora cree realidad sus sueños.
El encapuchado simplemente asintió. -Se quedará con nosotros hasta que recupere su salud. Entrenadlo en nuestras dotes y dejadlo ir cuando se recupere. Y que no sepa que el su padre aún vive.